Tengo tres árboles frutales en mi jardín: dos de manzanas y uno de cerezas (cherries). Gracias a Dios, este año las cosechas fueron buenas y quiero compartir con mis amigos los frutos de mis árboles. Nunca vi en ellos que tuvieran que esforzarse más de lo necesario para dar fruto; lo hicieron porque están creados para ello. En su interior corre la savia que produce el fruto en su debido tiempo. Ninguno de ellos tuvo envidia del otro ni fue egoísta. No había maldad en ellos, por decirlo de alguna forma.
Sin embargo, el ser humano sí libra luchas internas debido a la maldad que está en su corazón.
¿Cómo lidiar con sus deseos egoístas?
Admita su naturaleza egoísta y pecaminosa: No se sorprenda ni se sienta demasiado orgulloso para reconocerlo. Esto es lo que significa entregar todas sus malas tendencias a Cristo. Es arrepentirse y confesarlo. Aceptar la cruz implica reconocer que Jesús pagó por el pecado y nos hizo libres de él. De esta forma, podemos quitarle al enemigo la autoridad o el derecho legal para dañarnos o manipularnos para dañar a otros.
Encomiende sus acciones, pensamientos, pasiones y capacidades a Cristo, pidiéndole al Espíritu que lo ayude a refrenar sus malos deseos y reacciones. Haga del servicio a los demás una prioridad máxima, lo que lo ayudará a ser más como Jesús.
Pero el fruto que produce el Espíritu Santo en ustedes es el amor divino en todas sus variadas expresiones: alegría que sobreabunda, paz que domina, paciencia que perdura, bondad en acción, una vida llena de virtud, fe que prevalece, gentileza de corazón y fortaleza de espíritu. Nunca pongan la ley por encima de estas cualidades, porque se supone que son ilimitadas. Gálatas 5:22-23 (TPT)
Las personas recién transformadas producen algo especial con sus vidas. Pablo llama "fruto" a la nueva obra del Espíritu. El Espíritu Santo produce espontáneamente y creativamente este tipo de fruto en nosotros. Él genera estos rasgos de carácter porque nos estamos volviendo más como Jesús, quien los modeló perfectamente. Cuando Cristo nos controla, estos frutos crecen y fluyen de nosotros naturalmente. No podemos obtenerlos por nuestra cuenta, sin su ayuda. Si queremos que el fruto del Espíritu crezca en nosotros, debemos vivir en estrecha unión con Jesús, como mis árboles están unidos a la tierra que los sustenta. Debemos someternos a Él, conocerlo, amarlo, recordarlo e imitarlo. Como resultado, cumpliremos el propósito de la ley: amar a Dios y a nuestro prójimo.
El objetivo del fruto del Espíritu, que es el amor, es que manifestemos ese amor a los demás, llevándolos al amor que es Dios. Dios no es la fuente de amor; Él es el amor. Si estamos conectados a Él, daremos mucho fruto sin esfuerzo.
Escrito por Víctor Preza basado en la prédica del día 16/11/2024.
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