En el día de hoy, queremos reflexionar sobre los propósitos que Dios tiene para su iglesia. A lo largo de la historia, hemos visto cómo la iglesia ha experimentado momentos de crecimiento y también momentos en los que se ha acomodado en su propio terreno. Sin embargo, es importante recordar que la misión de la iglesia va más allá de su propia existencia, ya que tiene un llamado divino para expandir el Reino de Dios por todo el mundo.
La primera Iglesia local que se formó fue la de Jerusalén, la cual tuvo un inicio poderoso con la conversión de tres mil judíos en el día de pentecostés. Estos creyentes fueron bautizados y se sumaron a la iglesia en ese mismo día, demostrando así el poder transformador del mensaje de Pedro (Hechos 2:41). Sin embargo, a medida que el tiempo pasaba, la iglesia comenzó a olvidar la orden del Señor de convertirse en misioneros y predicar el reino de Dios en todo el mundo.
El Señor Jesús les había prometido a sus discípulos que recibirían poder cuando el Espíritu Santo descendiera sobre ellos, y que serían sus testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los lugares más lejanos de la tierra (Hechos 1:8). Sin embargo, la comodidad y el enfoque interno de la iglesia de Jerusalén los llevaron a descuidar esta misión. Fue necesario que la persecución del imperio romano los empujara a cumplir el propósito misionero y a dispersarse tanto dentro como fuera de Palestina (Hechos 8:1,4).
Es esencial comprender que antes de emprender cualquier misión en el mundo, debemos comenzar siendo testigos y hablando de Dios en primer lugar en nuestra propia familia y luego en nuestra iglesia local, que representa nuestra Jerusalén espiritual. No podemos esperar ir a dar vida a los confines de la tierra si no hemos comenzado por hacerlo en casa. No podemos sanar y cuidar a otros si antes no lo hemos hecho en nuestra propia comunidad de fe. Este es el orden establecido por Dios. Antes de ir a los confines del mundo, debemos comenzar con los nuestros: nuestra familia, nuestra iglesia y nuestra comunidad. Posteriormente, podremos extender el amor sanador de Dios hacia el resto del mundo.
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Nuestro llamado como iglesia misionera es amar lo que Dios ama: las almas perdidas. Debemos llevar las buenas nuevas a los pobres, sanar los corazones heridos y brindar libertad a los cautivos y prisioneros, tanto físicos como espirituales (Isaías 61:1). Esta es nuestra misión: expandir en el mundo la libertad que Dios ha traído a toda la humanidad y sanar los corazones heridos a través del amor de nuestro Padre Celestial.
En conclusión, como iglesia, debemos recordar constantemente cuál es nuestro propósito. No podemos acomodarnos en nuestra propia esfera y olvidar la gran comisión que Dios nos ha dado. Nuestra misión es ser misioneros, predicando el reino de Dios en todo el mundo y llevando sanidad y libertad a aquellos que lo necesitan. Comenzamos por nuestra propia casa, nuestra familia y nuestra iglesia, y luego extendemos este amor y cuidado hacia nuestra comunidad y el resto del mundo. Que el fuego misionero arda en nuestros corazones y nos impulse a cumplir el propósito que Dios nos ha confiado.
Escrito por Víctor Preza, basado en la prédica del día 10/06/2023.
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