Nuestro cuerpo humano es una maravilla de la naturaleza, una compleja red de sistemas que trabajan en armonía para mantenernos vivos y funcionando. Sin embargo, hay una parte de nosotros que merece una atención especial: la cabeza. En ella reside el centro de control de todo nuestro ser: el cerebro. Pero más allá de su función anatómica, la cabeza es el asiento de nuestros pensamientos, emociones y recuerdos. En un reciente sermón, se destacó la importancia de mantener nuestra cabeza sana para garantizar una vida plena y saludable.
Cristo, como la cabeza de su iglesia, nos muestra el camino a seguir. Así como el cuerpo obedece a la cabeza, nosotros, como parte de la iglesia, debemos obedecer los deseos y la voluntad de Cristo. Esto se traduce en honrar a nuestros hermanos, reconociendo y valorando sus diferencias. Al hacerlo, fortalecemos el cuerpo de Cristo y nos alineamos con su propósito para nosotros.
El apóstol Pablo advierte sobre la gravedad de no honrar el cuerpo de Cristo, lo que puede llevar a debilidad, enfermedad e incluso muerte espiritual. La unidad en la iglesia no se logra mediante agendas individuales, sino a través de la colaboración y el respeto mutuo.
Al participar en la Santa Cena, renovamos nuestro compromiso con Cristo y su cuerpo. Recordamos su sacrificio y nos comprometemos a seguir sus enseñanzas. Él, como la cabeza, nos guía y nos da vida. Por lo tanto, es fundamental que mantengamos nuestro cuerpo, la iglesia, saludable y vibrante.
Honrar a nuestros hermanos es clave para mantener la unidad y la fortaleza del cuerpo de Cristo. Reconocer su trabajo, servicio y dedicación es esencial para cultivar un ambiente de amor y respeto mutuo. Así, todos contribuimos al bienestar del cuerpo, bajo la dirección de nuestra cabeza, que es Cristo.
Escrito por Víctor Preza basado en la prédica del día 04/05/2024
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